sábado, 26 de diciembre de 2009

Mendicidad (II)

Se llama José, sus pies descalzos están muy sucios, hace días no se baña, hace días no va a su casa.
Se llama Eliana, hace tiempo no ve a sus padres. Vive con sus hermanos en la calle y pide monedas en el semáforo.
"Joven Mendigo" de Bartolomé Esteban Murillo (Óleo sobre lienzo, 1650)Se llama Hernán, tiene siete años, junto a su hermano y su primo viven hace años fuera de casa, limpia vidrios, pide monedas y come gracias a la caridad de las personas que entran y salen de la estación de servicio donde normalmente está ubicado. Los albergues en que suele refugiarse no se abren todos los días.
No los conozco pero los veo y los escucho. Suelo desearles suerte con la mirada.
No acostumbro a darles monedas, por más difícil que me resulte, es mi forma de colaborar con ellos.
«Hay otras formas de ayudar» reza el slogan de la campaña del ente estatal encargado de asistir a los niños en situación de calle.
Campaña de sensibilización (www.lasalle.es)
La campaña busca la sensibilización de las personas para que no sigan dando limosna, sino que se solidaricen apoyando la labor de esta secretaría, de los comedores y albergues infantiles.
Desde hace casi treinta años, la mendicidad se sigue multiplicando cada año y el futuro no parece ser muy distinto.
Depende más de nosotros de lo que podemos pensar.
Hay sólo un paso entre mendigar y robar. Hay sólo un paso más entre dar limosna y ayudar.
Hoy les deseo un futuro diferente y no les doy la moneda que me sobra. Siempre estoy seguro de que podemos hacer algo más.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Alegoría de las navidades sudamericanas

En el tercer mundo Papá Noel, o Santa Claus —como me gusta llamarlo con ironía y con una sonrisa en el rostro— no es muy gordo, usa un traje con mangas cortas y la barba apenas crecida, no se pasea en un trineo estirado por renos voladores sencillamente porque acá tales cosas no existen.

Los niños lo conocen sólo por la televisión y es un personaje que se puede comparar a Mickey Mouse, porque todos creen que existe en algún lugar del mundo, pero tan lejos, que ya no se preocupan de escribirle una carta.


"Alegoría de las navidades americanas" de Salvador Dalí (Óleo sobre cartón, 1934)Sin embargo está presente en todas partes especialmente en esta época del año.Mickey Mouse™

***

Un viaje en bus a tempranas horas de la mañana no podría ser peor a más del calor y el intenso tráfico, pero se puede convertir en un suplicio cuando el espacio físico se ve sobrepasado y el viaje es largo.

Cuando por fin consigo un lugar, trato de relajarme, de pensar en cosas agradables, pero no puedo, es imposible. Entonces es cuando decido contemplar el paisaje que hay en el colectivo.

Frente a mí, un niño de unos cinco años, conversa con su madre. La interroga con toda la inocencia y la ternura que sólo alguien con pocos años en el mundo puede mantener.

—Mamá ¿Papá Noel tiene hijos?
—Claro, por eso se llama Papá Noel…

Madre hay una sola, nadie en el mundo podría responder mejor a una pregunta como esa.

Me reí sin disimularlo.

—...todos los niños son sus hijos —añadió la madre.

Por alguna razón pensé en el presidente de mi país. ¿Será él, escondido en un invernal traje rojo y en un país subtropical, el verdadero Papá Noel?

Por si acaso, no quise intervenir, ya era demasiado estar pendiente de la conversación.

Unas horas después, ya lejos de todo, Papá Noel seguía siendo el tema de conversación.

—Yo quiero pedirle eso a Papá Noel… —decía una niña a su madre señalándole algo.
—Papá Noel no existe —le respondió y yo no hice más que sonreír satisfecho, como Mickey Mouse al recibir su regalo navideño.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Uno, dos: ¡Ultraviolentos!

«Perdimos en la cancha pero ganamos afuera» nos había dicho una persona muy cercana al mundo de las barras bravas, haciendo referencia al partido paralelo que se juega cada clásico en el fútbol paraguayo.

Precisamente aquél había sido el partido de fútbol —o lo que pueda ser llamado así— más violento que haya visto en mi vida. Ya minutos antes del inicio se dio el primer incidente cuando uno de los jugadores fue herido en la cabeza con un objeto arrojado desde las graderías. Durante el desarrollo, el árbitro expulsó a tres jugadores de un equipo y a dos del otro, así como también a los entrenadores de ambos equipos. Y lógicamente, toda esa violencia se trasladó a las calles. Fue un domingo de fútbol, pero lo que menos hubo fue justamente fútbol.

"Hooligans 3" de Nicola Verlato (2002, Óleo sobre lienzo)
Un par de meses después, en el último clásico, la cosa no estuvo mejor. Dentro del estadio una tensa calma y fuera de él, lo que todos temían y en el fondo esperaban. El final fue trágico, se tuvo que lamentar la muerte de un hincha en las calles. Un joven de 21 años, quien en un enfrentamiento entre hinchas de ambos equipos que se produjo en pleno centro de la ciudad recibió un disparo en la cabeza y falleció luego de algunos minutos.

Tres días después, luego de otro partido de uno de los equipos tradicionales se produjo otro enfrentamiento entre hinchas de otro equipo que provenían de otro estadio. Se cruzaron en una de las avenidas más transitadas y la pelea comenzó.

El mismo día, pero fuera del país, otro tradicional equipo paraguayo estaba presente y la violencia también. En este caso la pelea la protagonizaron los propios jugadores y miembros del cuerpo técnico al final del partido.

Otro equipo, otro partido, otra pelea, la misma violencia.

«Su majestad el fútbol pone frente a frente…» a los hinchas del sector sur contra los del sector norte, diría un famoso relator cada domingo si los enfrentamientos fueran transmitidos por televisión.

Admito que eso está lejos de ser sensato, pero de ahí al silencio que los medios de comunicación hacen, de ahí a preferir disimular antes que apuntar y denunciar a los causantes de la violencia, de ahí a que los mismos promotores del fútbol sean los principales responsables del empobrecimiento de la cultura en el fútbol sí existe mucha sensatez.

Actualmente, la victoria o la derrota en la cancha termina siendo menos importante que el resultado que se dé en la pelea contra los adversarios.

Defender la camiseta dentro y fuera del estadio más que a la propia vida, es la consigna.

En no pocas ocasiones he compartido un viaje en bus cuando los barrabravas se trasladan a un estadio. Me mantengo quieto, frío, expectante al momento en que finalmente se bajen, me concentro principalmente en escuchar los cánticos, los quiero analizar pero son tan claros que sólo me queda escuchar e intentar aprenderlos de memoria. Algunos hablan de matar a un policía, de un rival y otros de casi lo mismo.

Todos poseen un lenguaje rebajado y degradante, sus alientos son básicamente insultos al rival y cuando los resultados no se dan, los insultos también van dirigidos a los jugadores y dirigentes de su propio equipo. La cosa es ganar o ganar, no existe la derrota, no han sido preparados para aceptarla.

Es como si el fútbol haya copiado lo más negativo de cada componente de la sociedad para combinarlo en el estadio.

Me dijeron que «el fútbol no escapa al contexto social que lo rodea». Evidentemente no, es un problema social como muchos otros que deben ser solucionados.

Los esfuerzos que hacen los dirigentes deportivos y las autoridades son insuficientes para que pueda ser solucionado. La supuesta ley “Por la no violencia en los estadios deportivos” es una gran leyenda.

No es algo nuevo, no es un problema que se da exclusivamente en el país, sino que es una constante en la región y aún así sigue presente.

La poca seguridad en los estadios se suma al mal accionar de los policías que muchas veces no tienen la capacidad para contener a los hinchas y los reprimen con brutalidad.

Y así se inicia el círculo que no acaba sino hasta la muerte de alguno.

Siempre que pienso en ellos pienso en los “Skinheads”, en los «Hooligans», y otras subculturas juveniles similares. Son diferentes a los barrabravas de hoy pero son iguales.

"Hooligans 4" de Nicola Verlato (2002, Óleo sobre lienzo)
Hace un tiempo atrás tuve una de las experiencias más raras e interesantes en mi vida, cuando estuve, circunstancialmente, en una celebración de cumpleaños algo atípica. En ella estaban presentes barrabravas de los dos equipos de fútbol más importantes del país, la mayoría con el escudo de su equipo tatuado en el brazo. Lo extraño era la manera en que podían compartir una ronda de tragos en forma amistosa, entre bromas y (pésima) música de fondo. No había golpes, ni insultos, ni amenazas, la fiesta fue acabando y más de un abrazo entre ellos pude ver.

Lejos está esa noche de estos días. Pero algo cambió a partir de ahí, dejé de tenerles miedo. Entendí que esa es su vida, que son felices así, que el exceso de alcohol y drogas es su forma de olvidar lo que tal vez pudieron ser, que su pasión por la violencia no se justifica pero lo sufren incluso ellos mismos.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Tres años (La batalla contra el tiempo)

«Triviales, alegres, soeces, intensos, difusos, torpemente esperanzados,
quebrados, engañosos y sombríos, tuvieron que transcurrir [tres] años
para alcanzar la noche de ayer, en que sorpresivamente…
volví [a soñarlos]…»
(Sergio Pitol – La Pantera)

Tres años es el tiempo que se prolongó la guerra más sangrienta de América en el siglo XX: la Guerra del Chaco. Entre 1932 y 1935, bolivianos y paraguayos pelearon más que nada contra la malaria y la sed. El resultado final fue de 55.000 bolivianos y 40.000 paraguayos muertos y una herida que aún no termina de cicatrizar.

Tres años es lo que duró la Guerra Civil Española, entre 1936 y 1939, finalizando con la victoria del bando nacional con Francisco Franco a la cabeza, quien a partir de ese momento, sumergiría a España en la más oscuras de las dictaduras de la historia.

"La Gran Via" de Antonio López García (Óleo sobre lienzo, 1981)
Tres años también, es el tiempo que tarda en dar frutos una planta de café.

Pero, tres años atrás, una aventura singular comenzó: catorce jóvenes hispanoamericanos se cruzaron en un mismo camino y comenzaron a escribir una historia que todavía no ha sido contada.

Extrañamente, empezaron escribiendo el desenlace de esa historia, de la que posteriormente se hicieron parte.

Tres años atrás, eternizaron sus risas, sus gritos, sus ideas, sus sueños, sus vidas…

Tres años han pasado de haberse enamorado de una ciudad y de que ésta les haya correspondido.

Tres años de haber visto a un Dios ciego en la terminal de metro, vendiendo boletos de lotería y regalando suerte.

Tres años de “Las Meninas”, “El jardín de las delicias”, “Las pinturas negras”, “El enigma sin fin” y “Guernica”.

Tres años también hace desde que me volví adicto a Internet, de que conozco las madrugadas de insomnio y sobre todo, de aprender a confiar más en los sueños y menos en la realidad.

Tres años desde que mi vida tomó un rumbo desconocido y descubrió —sola, mientras mi mente dormía— que el amor a las Letras era un amor verdadero y que la Literatura ya no sería mi amante, sino mi mujer…
"Las Meninas" de Diego Velázquez (Óleo sobre lienzo, 1656)

Tres años es el tiempo que dura el amor según una novela de Frédéric Beigbeder.

Pero esta no es una historia de amor, a pesar de que es amor es lo que hay en ella, esta es una historia de vida y de sueños, una historia que recién está siendo escrita y que ya pide a gritos ser contada.

Tres años, treinta y seis meses, mil noventa y cinco días, veintiséis mil doscientas ochenta horas, un millón quinientos setenta y seis mil minutos, interminables y eternos segundos, ese es el tiempo que ha transcurrido desde allí hasta aquí.

«El flujo atropellado de olvidos y recuerdos, que es el tiempo, anula la voluntad de fijar para siempre una sensación en la memoria», ha escrito al respecto nuestro amigo y mentor mexicano.

El tiempo ha pasado, y yo, inevitablemente, he comenzado a olvidar.

No porque eso quiera, sino porque eso es el tiempo, eso son los años y esa es la batalla nunca la guerra– que gana la distancia.

«Confío, sin embargo, en que algún día volverá la pantera».

viernes, 13 de noviembre de 2009

¡Estoy cansado de que me quieran follar! (O el mito de las banderas blancas)

«Hoy busco paz.
Por eso me estoy volviendo salvaje»
(Charlie Nutela – Salvaje)


Anoche soñé con Dalí. Me dijo algo así como «La única diferencia entre un loco y un hipócrita es que el loco no es hipócrita». No sé a qué venía todo eso. No sé si estaba soñando o sólo viendo la televisión y leyendo los diarios.

Últimamente los grandes medios de comunicación y las más poderosas empresas están muy preocupados por la paz en el país.

Sí, por la paz.

También por la seguridad. No por la mía específicamente, pero dicen que sí y por eso visten e invitan vestir inmaculadas cintas blancas en el pecho.


Es que, cuando alguien en quienes se sienten identificados es víctima de algo, son pacifistas.

Pero, si son ellos los que atacan, son patriotas.

Y si alguno de los otros es atacado -en quienes no se identifican- son trabajadores y no pueden perder el tiempo viéndolos.

Punto.

La única diferencia entre los pacifistas y las personas de paz es que los pacifistas lo son por un interés. La única diferencia entre un salvaje y un pacifista es que el salvaje se convirtió en salvaje luego de que éste lo agredió.

Yo sí quiero un país en donde vivamos en paz. Sueño con eso cada día a pesar de no tener el dinero para tener derecho a soñar con eso.

No uso una cinta blanca en el pecho porque estoy cansado de que me mientan.

Cientos de campesinos han muerto por las más diversas y penosas causas en los últimos años y nadie propuso usar una cinta en el pecho en solidaridad con ellos. Ni por nuestros nativos que viven agonizando, los mismos que en reclamo de lo que les pertenece ocupan una plaza cada dos o tres meses, la misma que ahora será enrejada para impedir que eso vuelva a ocurrir.

Cuanta incoherencia.

«Pelear por la paz, es lo mismo que follar por la castidad» decía una famosa frase, pronunciada no sé por quién.

¡Estoy cansado de que me quieran follar!

Yo no era salvaje antes, lo soy ahora. Y si tengo que tomarme a golpes con un hipócrita con ganas de follarme, lo voy a hacer, no en defensa de mi paz -ni de mi castidad- sino en memoria de los olvidados.
"Algo no enkaja" de Juan Kalvellido
Uno nunca sabe que es la paz después de todo -y mucho menos cuando el presidente de los Estados Unidos es el flamante Premio Nobel-, sólo que no es lo que nos quieren hacer creer que es. 

Hay veces que una bandera blanca simboliza la paz. Hay veces que una bandera blanca simboliza el fin de una guerra. Y hay veces que una bandera blanca es utilizada para esconder algo detrás.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Del Rey Lagarto y otras batallas

"Si las puertas de la percepción se despejaran,
el hombre vería las cosas como son en realidad,
infinitas"
(William Blake)


«Ojala que Jim Morrison nos ayude» solíamos decir tiempo atrás cuando nos veíamos en una situación complicada y los problemas o desafíos eran demasiado grandes como para que los enfrentáramos solos.


"Doors of the Night" de Vladimir Kush
Éramos todavía unos niños, teníamos a lo sumo 15 años. Habíamos dejado de creer en los dioses que todos creían. Habíamos dejado de ser lo que todos querían.

Creíamos más que en nadie, en nosotros y en nuestros ídolos mortales.

Creíamos en ellos porque era a ellos a quienes podíamos ver cada día.

Además de Jim, solíamos pedir ayuda a Bob, a John y algunos otros más. No nos respondían precisamente, pero se hacían escuchar a su manera. Después de todo, era eso lo que nosotros esperábamos de ellos.



Años más tarde, los fuimos olvidando, los fuimos dejando atrás. Nos fuimos olvidando nosotros de nosotros mismos.

Habíamos tomado nuestro camino.

Particularmente, ya no los llamaba cuando más los necesitaba como normalmente hace la gente con su respectivo Dios. Pero sin embargo, les rendía tributo siempre.

Con el tiempo me arrepentí de haber pateado tantas cruces. «Las hubiese ignorado» me dije. Pero claro, era tan sólo un niño, tenía a lo sumo… No sé cuántos años tenía realmente, sólo sé los años que no tenía, sólo sé los años que me faltaban para llegar hasta acá.

"El enigma sin fin" de Salvador Dalí (Óleo sobre lienzo, 1938)
Y ya que ahora estoy, ya que el tiempo es tiempo y los años no son más que eso, me vuelvo a preguntar.

Cuánto en mi vida se hubiese simplificado si lo aceptaba todo tal y como estaba estructurado desde un principio.

Dónde habría llegado, qué hubiese sido, cuánto más de lo que tengo tendría.

Cuánto más o cuánto menos feliz hubiese sido.

Cuánto de mí vida habré perdido por querer encontrar una respuesta diferente a todas y cada una de las preguntas que van apareciendo, o por esa terca costumbre de remar en contra de la corriente.

Pero no sé y no lo voy a saber.

Sé sólo que Jim Morrison no podrá ayudarme, sé que puedo pelear cada batalla con dignidad a pesar de caer vencido, sé que las cosas que quise las sigo queriendo, sé que la tristeza vence a la alegría pero no a la vida.

Sé que la vida no es eterna pero también sé que se siente bien creyéndola así y sé más que nada que lo que no puede ser eterno puede llegar a ser inmortal, como Jim, como Bob, como John.

jueves, 29 de octubre de 2009

El final del film

«Abre los brazos, mide tus pasos,
exprime tu voluntad […]
La trama lenta empieza a andar.
Sabrás lo bueno que es llegar al final del film.
Llegando juntos a la cima del trajín»
(Deliverans – El film)



Presencié un concierto de esos que sólo lo haré una vez en mi vida.

No uno en realidad, presencié varios de esos. Pude disfrutar cada momento, cerrar los ojos y sumergirme en los sonidos, bailar, saltar y gritar, porque sabía, muy en el fondo sabía, que en una hora o menos todo podría acabar.

Y cuando salía, me sentía agotado, desganado, temeroso de continuar la noche, me ahogaba un miedo que apenas me permitía hablar, un miedo a que ese estado de perfección se vaya alterar.

"Mouvement Circulaire AURI 15" de Enrique Careaga (Acrílico sobre tela, 2006)
Como cuando una película llega al final, sin importar si estos finales sean felices o tristes, se hace muy difícil no llorar, al escuchar la banda sonora y ver los créditos que anuncian que todo acaba, se hace difícil no llorar porque lentamente se está volviendo a la normalidad.

Ver una muestra de arte, percibir, sentir los colores. Ver un cuadro de Dalí, tenerlo frente a mí, temblar de un surrealista amor al arte. Ver un cuadro de Picasso y llorar emotivas lágrimas cubistas. Ver un cuadro de Velázquez. Ver un cuadro de Goya. Verme inmerso en ese universo y despertar de un grandioso y rabioso golpe al salir a la calle y respirar el aire cotidiano.

Contemplar una hermosa mujer, digna de portadas de revistas o pasarelas, durante toda una noche y no más que eso. Mirarla, estar impedido de acercarme y al menos guardar su voz en la memoria, porque está acompañada. Pero no desespero, no hasta que llega el momento en que se va y lo que queda es contemplar el lugar vacío que queda.

Como me sucedió al terminar de leer “Cien años de soledad”, era tan inmenso el lugar que el libro dejó que para reemplazarlo tuve que empezar a escribir; o cuando empecé a leer un libro de poemas de Borges, no podía dejarlo, tenía que continuar leyendo poema tras poema, estrofa tras estrofa, hasta que el cansancio me domine y los ojos se me nublaran.

Duele tener que cerrar un libro cuando acaba, quitar la vista del papel, de las letras y ser consciente de que se está volviendo a la realidad, a una realidad lejana a ese mundo ideal. Tal vez el intento por mantenerme en ese estado dure una hora, o un día como mucho, pero el vuelo tiene que aterrizar e inevitablemente esos momentos mágicos quedan atrás.

Me sucedió eso al volver de aquél frío Madrid. Una o dos noches después, confiaba que al despertar lo haría allí, no en mi ciudad. Me deprimía el estar de vuelta y todavía me tomó unos meses más volver a pisar tierra.

"El oro del azur" de Joan Miró (Acrílico sobre tela, 1967)
O por qué ir tan lejos, cada día tenemos sueños únicos y cada día llega la hora en que el sonido del despertador nos arrebata de esa magia y nos anuncia que la rutina empezó. Cómo ir a trabajar con una sonrisa si horas antes nos hallábamos en un templado y transparente mar de sueños.

Siento eso al ver la tranquilidad de un paisaje al amanecer, sé que en unos minutos no se verá igual porque el sol caerá por completo y los sonidos típicos de un día corriente se esparcirán.

O algo tan común en las noches del verano paraguayo: un corte de energía eléctrica. Que en esa profunda oscuridad te regala una preciosa noche estrellada. Llega el momento en que la energía vuelve y con ella la luz, y esa hermosa y triste selva se vuelve a convertir en un triste calco de ciudad.

Parecen ser tristes los finales, parecen serlo sólo porque algo muere. Pero estos finales son tan extrañamente felices, porque el fin en realidad no es el fin, es el principio de algo, de algo muy parecido a un nuevo film.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Mendicidad (I)

Ves a un niño subir al bus, lo escuchás gritar, cantar, te pide monedas pero no le das ninguna, no porque no aprecies el arte o no quieras dárselas, es que a vos también te hacen falta.
Ves a un niño subir al bus, hace algunos malabares y te pide monedas, cuando pasa a tu lado le mirás y le hacés el gesto de no tener nada.

Ves a un niño subir al bus y entregarte unas estampas con un mensaje impreso a color que dice «Soy pobre, necesito dinero para comprar ropas y alimentos». Cuando vuelve a pasar por tu lugar se las devolvés y le hacés una mueca dándole a entender que no tenés nada.
"Menino com estilingue" de Cândido Portinari (Óleo sobre lienzo, 1947)

Ves a un adolescente subir al bus, pronuncia un discurso perfectamente estudiado y ensayado. Te pide monedas. No lo mirás. Lo ignorás. Pensás en que oíste lo mismo en diferentes niños, adolescentes y adultos.

Pero ellos no fueron a la misma escuela que fuiste, ellos no aprendieron las mismas cosas, pocos aprendieron a leer o a escribir. Sus derechos no fueron reconocidos, fueron olvidados, pisoteados.
En las escuelas a las que no fueron se enseñó a tenerlos lástima, a mirarlos pero no a entenderlos, se enseñó a darles monedas pero no a ayudarlos, se enseñó a mantenerlos mendigos, a tenerlos miedo y a desconfiar de ellos.
No fueron a la misma escuela que fuiste, en cambio, en la escuela a la que fueron le enseñaron la mendicidad.
Ves a un joven subir al bus, su discurso te conmueve, te parece original. Es evidente que salió de una escuela distinta. Te ofrece un bolígrafo a cambio de un par de monedas, pensás en que de verdad te hace falta uno, pero dentro de todo, querés ayudarlo.
Ves a un adulto subir al bus, su discurso no te conmueve a pesar de parecer sincero, no creés en él porque recordás haberlo visto hace unas semanas diciendo lo mismo acerca de su pequeña hija y el accidente que tuvo el día anterior.
"Mendigo" de Maribel Mesa (Óleo sobre lienzo)
Es famoso en la ciudad aquel que recorre en silla de ruedas las calles céntricas con una lata pidiendo monedas. No hace falta que te diga nada, ya todos lo conocen y saben que ese es su trabajo.
Es conocida la historia del vago que se arrastra en las calles aduciendo problemas de motricidad, pide monedas y hay quienes se la dan, sobre todo aquellos que lo ven por primera vez, ya que quienes lo conocen aseguran haberlo visto correr más de una vez.
Leés a un famoso sociólogo, politólogo y periodista, explica el problema de la mendicidad, explica de una manera tan poco clara que lo volvés a leer, utiliza eufemismos (como "las personas en situación de calle") que te causan escalofríos. Terminás de leer pero no entendés. Terminás de leer, no entendés, pero de todas maneras creés en él.

Subís al bus, te disponés a pagar el boleto cuando te percatás de que no tenés dinero en los bolsillos, buscás exhaustivamente, en tu camisa, en tu mochila. No encontrás nada, nada de dinero, sólo un nuevo bolígrafo. Te tomás de la cabeza y recordás que gastaste las últimas monedas que tenías en comprártelo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El gobierno del Internet

"Algunos creen que el gobierno es como Internet y que apretás unas teclas y automáticamente se hacen las cosas” reflexionaba aquel popular cantautor en el improvisado pero agradable concierto nocturno.

Interesante metáfora socio-cibernética.

Mientras estas palabras son pronunciadas, imaginar es respirar. Pienso en si el gobierno fuese realmente así, si les sucederían las cosas que normalmente pasan en el mundo virtual.
Josefina Plá y José Laterza Parodi "La familia del obrero" (Mural, 1959)

Como que el internet/gobierno funcione, pero lento, probablemente a causa de la gran cantidad de virus que el aparato alberga, algunos de los cuales se instalaron durante el uso de un usuario anterior, otros se propagaron sin darte cuenta mientras vos lo usabas. Tal vez un poco tarde o tal vez no, te das cuenta que el antivirus por el que optaste no era el adecuado para el equipo y en él se propagaron con demasiada facilidad troyanos, malwares, gusanos, entre otros programas malintencionados. Con el tiempo aprendés, que los primeros son virus que se hacen pasar por archivos con un contenido específico y luego se desenmascaran (de ahí el nombre, claro); o los segundos, que ingresan como si fuesen programas pero al instalarlos te das cuenta de qué se trataban en realidad; o los terceros que se propagan como su nombre lo dice, como gusanos.


Exactamente igual a aquellas publicidades en las que te ofrecen servicio de internet prometiéndote maravillas, y vos, pecando de ingenuo les creés, y les comprás, para darte cuenta después, que con una velocidad de 1 mega no se pueden realizar todas las cosas que te prometieron. Pero ojo, en el contrato que firmaste decía claramente que no se aceptaban devoluciones, y además, en el número que te dieron para reclamos nunca te atienden, o porque está saturada la línea, o porque en realidad no se aceptaban reclamos.
Es que si en un determinado sistema no todos acompañan el proceso, las cosas definitivamente no funcionan.




O también cabe la posibilidad de que el internet/gobierno definitivamente sea lento porque esa era su capacidad.

René Magritte "El hijo del hombre" (Óleo sobre lienzo, 1964)
O que el internet/gobierno tenga una velocidad considerablemente buena, pero el aparato en donde tendría que ejecutarse no cumple los requisitos necesarios para que esto sea así. Si el disco duro de ese equipo tiene una capacidad pobre no sirve de nada tener dos o más memorias RAM. Si la placa madre es mala no sirve de nada tener un gran procesador. 

También puede pasar que al internet/gobierno no lo compraste vos, no creíste en la publicidad, no seleccionaste el servidor, no elegiste la velocidad, no firmaste el contrato, no negociaste, no instalaste, nada. Pero por razones que no vienen al caso definirlas, acostumbrás utilizarlo. Y hasta acostumbrás sentirte dueño de él, el soberano de la red de redes.

Entonces, como ciudadano del siglo XXI, no te queda otra que armarte de paciencia; porque una salida distinta no hay, más que la de todos los días: cerrar los ojos y suspirar, sentarte en el trono, encender el equipo, conectarte, loggearte y escribir tus lamentos en la web.

lunes, 5 de octubre de 2009

¿Letras? Mmm… ¡En serio te pregunto!

«Y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son»
(Calderón de la Barca - La vida es sueño)


        —¿Qué carrera estudiás? —escucho que alguien me pregunta.

        —Letras ¿por qué? —respondo.

        — Mmm… ¡En serio te pregunto!


Lo miro seriamente, qué más puedo hacer, quedarme callado, pensar.


Pensar en él más que en mí. Pensar en lo que piensa o le hicieron pensar. 


Pensar en lo que le hicieron creer.

—¿Y de qué vas a vivir? —continúa.

Del aire supongo. Del dinero que me gane trabajando, como vos. 


"El sueño" de Salvador Dalí (Óleo, 1937)
De mis sueños. Del amor que queda en el mundo. De los sueños, sobre todo de ellos.

Pero no les respondo, les miro como miraría un ciego a un mudo que lo está increpando. 


—¿Y por qué no estudias una carrera más rentable?


¿Y por qué no pensás en algo más que no sea el puto dinero? ­—me gustaría preguntar, pero entiendo sus razones, las entiendo porque siempre estuvieron a la vista de todo el mundo.


         —¿Eso tiene que ver con leyes? ¿O para qué es?


Respiro ¿Y ahora que hago? Reír. Muy en el fondo río a carcajadas. Por fuera me mantengo sereno.

Eso tiene que ver con la vida, tiene que ver con mis intenciones de ser un ser humano feliz en este mundo triste.

Caspar David Friedrich, "El caminante sobre el mar de nubes" (Óleo sobre tela, 1818)
Tiene que ver con mis intenciones de ser un ser humano. Tiene que ver con mis intenciones de ser.

Tiene que ver con nuestros sueños, porque es eso lo que hago finalmente, sueño.

        —¿Pero qué carrera estudiás en serio?

        —Sueñología —respondo cansado.


lunes, 28 de septiembre de 2009

Equinoccio

La palabra equinoccio proviene del latín aequinoctium y significa "noche igual".

En el equinoccio se da el cambio de estación opuesto en cada hemisferio de la tierra, es decir de verano a otoño en el hemisferio norte; y de invierno a primavera en el hemisferio sur. 

Esto sucede dos veces por año: en marzo y en septiembre.

Equinoccio para mí, es el momento en que todo el universo armoniza y decide darnos un ejemplo de equidad. 

Aunque sólo sea un instante, aunque sean tan sólo unas horas, aunque ocurra tan sólo dos veces por año.

"Primavera" de Giuseppe Arcimboldo (Óleo sobre lienzo, 1573)
Solamente en el equinoccio el día tiene la misma duración que la noche y la luz solar llega en igual proporción tanto en el hemisferio norte como en el hemisferio sur. 

En los equinoccios, el sol sale exactamente por el este y se pone exactamente por el oeste, cosa que no ocurre en ningún otro día del año. 

En el polo Norte, pasan de días de seis meses de duración a noches de seis meses. En el polo Sur, pasan de noches de seis meses de duración a días de seis meses.
 
En el hemisferio norte, pasan de la euforia del verano a la calma del otoño. En el hemisferio sur, pasamos del triste invierno a la jovial primavera.
"Invierno" de Giuseppe Arcimboldo (Óleo sobre lienzo, 1573)
El equinoccio me transmite una sensación de profunda conformidad para con la naturaleza. Es que por al menos cuatro meses tuvimos días fríos y grises —más allá de que personalmente me agraden los días fríos y grises— pienso que de alguna forma con todo esto se hace justicia.

Lo malo del equinoccio es que es un momento, sólo un momento, para algunos pasa inadvertido, otros incluso prefieren ignorarlo y hasta ocultarlo por temor a que estas ideas de igualdad cundan en las mentes, sobre todo en las mentes de quienes fueron condenados a vivir en el inv(f)ierno.

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Cómo se dice guerra?

—Profesor ¿Cómo se dice guerra?
El profesor de Latín nos mira unos segundos.
«Bellum» —nos responde con seriedad.

Él acostumbra hacer bromas, para que las clases sean más amenas, por lo tanto, al menos por un momento pensamos que se trata de una de ellas.

"Guernica" de Pablo Picasso (Óleo sobre lienzo, 1937) —Es un sustantivo neutro... —continúa diciendo seriamente.

Nos miramos. Buscamos explicación. Sonreímos.

No podemos dejar de recordar a Crisanto Villalba, personaje de la novela “Hijo de Hombre”, del escritor paraguayo Augusto Roa Bastos, quien al final de la Guerra del Chaco, al regresar condecorado a su pueblo, añora con toda su alma a su guerra. «Se acabó nuestra guerra tan linda» dice tristemente. «Al principio yo no quería creer… Se decía que la guerra iba a volver a empezar en cualquier momento. Yo esperaba. Quería volver allá» contaba Crisanto a sus amigos, quienes lo escuchaban como lo escucharía yo y lo entenderían como lo entendería cualquier ser que no entienda la palabra guerra.

Portada del libro "Hijo de Hombre" de Augusto Roa Bastos
Empiezo a comprender de verdad algunas cosas en el mundo. Si guerra en un idioma como el Latín, se asemeja morfológicamente a lo que en español es "bello”, es porque el mundo está definitivamente estructurado con las patas para arriba o la cabeza para abajo. Me llama aún más la atención, que como el español es lengua derivada del mencionado idioma, una de las lenguas romances, —la más hablada de estas y la tercera en el mundo después del Chino Mandarín y el Inglés— es porque nos impusieron ese concepto en la cabeza de esa manera.

Pienso en Crisanto, si supiera que su guerra tan linda continúa y el pobre ya no está entre nosotros.