No recuerdo su nombre, sólo que empezaba
con ‘F’. Se llamaba Fernando o tal vez Francisco, eso en realidad no
importa mucho.
Hace unos años, coincidimos estudiando uno
de esos cursos teóricamente prácticos en uno de esos institutos de
formación terciaria, fuimos compañeros por un tiempo. Recuerdo que al momento
de presentarnos, él comentó que se decidió a estudiar eso porque había
desertado el colegio y necesitaba empezar a trabajar. «Yo hubiese hecho lo
mismo» pensé enseguida. El primer día compartimos mesa de estudio, conversamos,
hicimos bromas y hasta incluso nos deseamos suerte en la vida.
Luego de unos meses dejó de asistir a
clases, ignoro los motivos. Nunca más supe de él.
Esa
tarde me había ubicado en los asientos de atrás del bus ya que eran los únicos
lugares libres. No me agradaba mucho sentarme ahí porque el sol me daba en la
cara, pero lo bueno era que tenía un panorama completo de todo el colectivo —no
suena muy interesante, pero lo es si uno no tiene con qué entretenerse y lo
puede hacer observando a la gente que sube y que baja, mirar su aspecto o
deducir su edad y hasta sus problemas. Pocas veces en realidad me habré de
acercado a la verdad, es que nunca fui bueno para concluir algo a partir de las
apariencias o de aplicar una psicología de análisis experimental del
comportamiento—. Así pude verlo cuando subió, estaba acompañado de otro sujeto.
No sé si me hubiera reconocido, lo cierto es que no me vio o yo no me percaté
de ello.
Como ya dije, el bus iba lleno, no había
lugares libres. Él —de nombre con inicial 'F'— y su acompañante —podemos llamarle 'J', 'M' o 'B', como ustedes prefieran, su nombre es lo de menos— se situaron parados
en la mitad del pasillo. Lo llamativo fue la forma en que se ubicaron, frente a
frente y de espaldas a los asientos, fue lo primero que me llamó la atención y
lo que encendió mi estado de alerta.
Gracias a mi ubicación podía ver todos
sus movimientos, las miradas y los gestos que intercambiaban, podía notar lo
nervioso que estaban, la ansiedad que sentían y el sudor que recorría su
frente. Evidentemente algo estaban por hacer y sea lo que sea, era la primera
vez.
Como pude y en un hábil movimiento, saqué
mi teléfono celular y lo que consideraba de valor del bolsillo y lo puse debajo
de mí, en el asiento. Cerré los ojos, como no queriendo ver lo que iba a
ocurrir.
Con los ojos cerrados imaginé una escena
de película, ‘F’ y ‘J, M o B’ sacaban un arma de fuego y amenazaban a todos los
pasajeros con matarlos si no entregaban todo lo que tenían, uno de los
pasajeros se resistía y un disparo surgía del arma.
Abrí los ojos, nada aún había pasado.
Unos minutos después ‘F’ realiza una
señal y ambos se movilizan, éste extiende el brazo y estira el collar de una
joven que estaba sentada y emprenden la fuga lo más rápido que pueden, habiendo
cumplido su objetivo y su bautismo en el mundo delictivo.