martes, 18 de mayo de 2010

Llueve y por si acaso no espero



Tuve que darme la razón. Pero era tarde, o demasiado temprano.


—Me vienen siguiendo —me dije a mí mismo y a quien iba a mi lado.

Lo repetí casi a gritos para que quienes estuvieran tras mis pasos sepan que no les tenía miedo. Otra vez esos hombres de traje oscuro y mirada engañosa. Podrán robarme todo lo que tengo, pero no el lugar que me pertenece por derecho.

"Golconda" de René MagritteMe siguieron por varios metros, intentaban comprar mi consciencia, entonces aceleré mis pasos mirando hacia el frente hasta que me topé con dos maniquíes vestidos de blanco, me sentía aliviado, conversé con ellos durante largo rato y logré pasar desapercibido. Luego, casi por instinto, corrí en dirección contraria, ahora parecía ser yo quien iba siguiendo el paso a alguien más. Corrí hasta verme en una gran encrucijada, tuve que decidir qué dirección seguir.

No lo pensé, porque estas decisiones no se piensan, se toman —como el agua o el vino, sin tu consentimiento.

Me aferro a este nuevo camino y camino despacio, no llevo prisa, nada parece preocuparme.

No voy a huir, como ya dije, en realidad no tengo miedo.

Pero la calle se hace angosta y peligrosa, me he cruzado con una mujer llevando flores y manzanas podridas y hasta me ha preguntado mi nombre.

Y sigo. Me encanta caminar en el frío, bajo esta lluvia ligera, no comprendo cómo pueden llamar «mal tiempo» a un clima tan perfecto.

Llueve y por si acaso no espero que la lluvia pare.

Ahora cierro los ojos y sigo, así pensarán que voy dormido y no me detendrán a preguntar ni mi nombre ni mi color ni mi beatle preferido.

Siento mi piel seca y rugosa. Me atraen los insectos, particularmente más que antes y no siento mis dientes. Mis patitas me impulsan adonde no quiero y una larga barba bailotea con el viento que me choca la cara.

Lo que sí me preocupa es el silencio. Le tengo pavor a este nuevo silencio, este silencio trae olor a muerte. Este silencio habla más que las propias palabras, entonces callo y simplemente sigo.

—Me voy… pero me quedo —le decía y me encantaba ver su rostro cambiante y esos ojos llorosos.

En el mismo trayecto me topé con un perro pastor alemán predicando en un idioma extraño y unos metros después un gato siamés pegado en el abdomen a otro idéntico, les pregunté sus nombres intentando iniciar conversación pero fingieron no escucharme.

Llueven sapos, llueven a cántaros, pero no me inquietan. Podrán llover pianos de cola y seguiré mis pasos, quizá antes pruebe tocar alguna de las Gimnopedias de Satie, aunque no sea bueno, aunque mis dedos se vuelvan aún más azules y torpes en el frío.

Obra de David StoupakisCruzo la calle y antes miro en ambas direcciones con detenimiento, no sea que algún ebrio en bicicleta transite a esta hora y yo no oiga sus afónicas bocinas a causa del frío y la lluvia.

Luego finjo no ver esas siluetas caminando desnudas, sé que me preguntarán mi nombre y tal vez yo, me vuelva a sonrojar al no saber qué cosa responder.

De repente siento mucho más frío. Abro los ojos lentamente y miro. Me han robado todo lo que traía puesto, ahora no tengo nada, estoy solo, como al inicio.

Ahora no sé adónde voy pero mis pasos continúan mecánicamente seguros. Ahora salto los charcos-sapos y me reinvento, tomo una bocanada de aire, me sumerjo en la lluvia y sigo, por si acaso no espero. Por si acaso no me miro.