lunes, 19 de julio de 2010

El entierro del poeta

Ayer soñé con catorce versos endecasílabos; esta mañana, trece de ellos —previa protesta por DDHH— se convirtieron en verso libre.

Ayer soñé con ese aroma, esa piel y todavía más. Soñar no cuesta nada, pero cómo cuestan esos sueños de poeta.
"Boulevard des capucines" de Claude-Oscar Monet
Entonces desperté, la mañana avanzó y mi mecanismo automatizado de preguntas sin respuestas se rebuscó en lo hondo de mi universo, buscó a las horas perdidas, partidas, el tiempo pasado y pisado, y todo lo demás regresó a su lugar. Menos yo.

El frío dijo que no, que nadie puede regresar cuando hay alguien que espera.

Puedo escuchar canciones en invierno, escucharlas y sentir calor.

Y duermo —finalmente—, pero antes de ello, soy consciente que una vez dormido me pondré a enumerar las posibles cosas que al día siguiente olvidaré, entonces busco algún rincón, alguna página en blanco en mi memoria donde poder guardarlas.

«Mañana no sabré quién soy» me digo creo que en sueños. Pero mañana es una manera de decirlo —una de las tantas maneras— porque no me refiero al mañana que representa ese futuro lejano, ni el mañana que viene después del hoy, me refiero simplemente al mañana que está ahí cuando uno despierta.

Y mañana quién sabe en qué sueño voy a despertar.

Ahora miro hacia atrás y veo una decena de hombres de traje oscuro siguiéndome, no hay mucho adelante, sólo un frío desierto. Ha parado de llover, la calle calló, un poeta murió.