domingo, 21 de febrero de 2010

XX


«Y así crecí volando, y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió (…)
Cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone».
(Joaquin Sabina - Tan joven y tan viejo



Tengo mucho por hacer y demasiado por decir que hasta el tiempo me ha arrancado las palabras.

Tengo hambre de esos sueños tan soñados, muero de sed en las noches.

"Retrato del Doctor Gachet" de Vincent Van Gogh
He empezado a recordar que estoy despierto. Harto de sentarme a esperar —aunque me agrade esperar— aun si ya se me ha hecho costumbre y aparenta sólo un juego.

Perdido en los pesares y perdido en el silencio, me obsesiono en descifrar colores, solo distingo dos, el blanco que se filtra en la mirada y el negro que lo envuelve.

Estoy aburrido de jugar a lo de siempre, de correr detrás del viento, de saber que nadie sigue a nadie.

Siento que tal vez ya es tiempo, pero vuelvo a salir y a llegar a la misma hora maldita. Entonces vuelvo a esperar —creo ya haberlo dicho— me gusta esperar, me parece tan real.

He aprendido a volar —yo que le temo a las alturas—. Es fácil, sólo hace falta tener los ojos bien cerrados y un verdadero pánico a las alturas, el resto es parte del aprendizaje. Caer es parte del aprendizaje.

He descubierto que las alturas en realidad no son sólo las que están bien arriba, esas son confortables. Las alturas que temo son las que uno crea al tomar su camino y se encuentra con aires desconocidos, el vértigo es corriente, la respiración se hace difícil y el ahogo es frecuente.

Entonces vuelvo a ser el de bajo perfil, creo sentirme seguro así.

Como cuando niño vuelvo a inventar oficios con los que me mantenga ocupado y me alejen pensamientos clandestinos.

Y vuelvo a cantar las mismas canciones y a repetir lo dicho, aunque parezca un cuento de esos que ya no escribo, porque ya estoy grande para regresar a casa luego de haber salido o para seguir llorando por haber caído.

Tal vez pasaron veinte años y ni me di por enterado, es que sigo esperanzado en encontrar al tiempo y rescatar de sus garras las palabras omitidas.

Ando más triste y decaído por donde se me mire, más alegre y animado por donde no.

"Dizziness" de Iman Maleki Sigo huyendo de todos y de mí, con más prisa pero siempre lento.

Soy el mismo pero más distante, el mismo pero distinto al de antes.

Creo en lo de siempre, en lo esencial.

Sigo sin poder llorar, sigo sin poder dormir.

Estoy cansado de repetir las mismas cansadas palabras, los mismos contados secretos. Cansado de dejar escapar esos versos, esos ojos, esos besos.

Y si ahora me preguntan qué de nuevo —o de bueno— tengo, les respondo que nada, veinte años no son nada.

lunes, 1 de febrero de 2010

«Ay de ti Haití, pobre de ti»


«Piense en Haití.
Ruegue por Haití».
(Caetano Veloso y Gilberto Gil - O Haití)

—¿Por qué el infortunio se enamora de países con tanta pobreza? —me preguntaban, haciendo referencia a una conocida frase de un escritor compatriota.

Pensar en esa frase es pensar en Paraguay.

Pensar en esa frase es pensar en Paraguay e inmediatamente en Haití.

Haití, conocido en el mundo por ser el país más pobre del continente y por sus malos gobernantes. Con una cultura cargada de elementos mágicos y sobrenaturales y una particular historia llena de huracanes, inundaciones, dictaduras militares y sobre todo infortunio.

Haití fue el primer país de América Latina en independizarse. En 1804, cientos de esclavos negros se alzaron contra la dominación francesa, la opresión y el racismo. Este hecho es considerado un importante precedente para la abolición del sistema de esclavitud y por ello, desde un principio, un ‘mal ejemplo’ para el resto.

Viendo números, Haití tiene una base étnica poblacional de un 95% de habitantes originarios del África subsahariana, donde casi el 80% de la población vive en la pobreza y el 54% en la extrema pobreza. Así también, el 80% de los haitianos mejor instruidos han abandonado el país.

Pero la historia de Haití va un poco más allá de los huracanes, las inundaciones, las dictaduras militares, la emigración, la pobreza y los malos gobernantes.

A partir de su independencia Haití se convirtió en fuente de riqueza para Europa y el mundo, y a cambio, Europa y el mundo le han generado pobreza y miseria.

Así, en el año 2004, "determinando que la situación en Haití constituía una amenaza a la paz y la seguridad en la región", las Naciones Unidas creó la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah), una ocupación militar disfrazada de ayuda humanitaria.

Hoy, los ojos vuelven a estar puestos en Haití

Un sismo de enorme magnitud ha dejado por los suelos lo poco que permanecía de pie. Y por si aún algo subsistía, una semana después, una fuerte réplica terminó de sepultar la ciudad.

La tierra tembló de horror al ver lo que en ella ocurría.

Si esto es así y la mano del hombre no estuvo presente, como algunos aseguran, ante la evidente intención de algunos estados por experimentar con armas climáticas. 

Actualmente en Haití se vive un clima de guerra e indigencia. El gris polvo se adueñó del cielo de Puerto Príncipe, los improvisados hospitales están abarrotados y en las calles miles de personas esperan esa ayuda que parece no llegar.

Confusión, saqueos, violencia, personas sin distinción de edad prefieren morir arriesgando su vida antes que morir de hambre.

Las cárceles se han derrumbado y están vacías, más de cinco mil presos ahora gozan de esa añorada libertad pero en condiciones nunca imaginadas.

Injusticia, xenofobia, corrupción, impunidad, pobreza, son todas causa y efecto de un mismo conflicto, en una nación que permanece en agonía.

En Haití, hoy gobierna el desgobierno, el desgobierno y los militares norteamericanos, que cada día son más.

Tal vez lo peor ya pasó, tal vez no.