«Y así crecí volando, y volé tan deprisa
que hasta mi propia sombra de vista me perdió (…)
Cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone».
(Joaquin Sabina - Tan joven y tan viejo)
que hasta mi propia sombra de vista me perdió (…)
Cada noche me invento, todavía me emborracho;
tan joven y tan viejo, like a rolling stone».
(Joaquin Sabina - Tan joven y tan viejo)
Tengo mucho por hacer y demasiado por decir que hasta el tiempo me ha arrancado las palabras.
Tengo hambre de esos sueños tan soñados, muero de sed en las noches.
He empezado a recordar que estoy despierto. Harto de sentarme a esperar —aunque me agrade esperar— aun si ya se me ha hecho costumbre y aparenta sólo un juego.
Perdido en los pesares y perdido en el silencio, me obsesiono en descifrar colores, solo distingo dos, el blanco que se filtra en la mirada y el negro que lo envuelve.
Estoy aburrido de jugar a lo de siempre, de correr detrás del viento, de saber que nadie sigue a nadie.
Siento que tal vez ya es tiempo, pero vuelvo a salir y a llegar a la misma hora maldita. Entonces vuelvo a esperar —creo ya haberlo dicho— me gusta esperar, me parece tan real.
He aprendido a volar —yo que le temo a las alturas—. Es fácil, sólo hace falta tener los ojos bien cerrados y un verdadero pánico a las alturas, el resto es parte del aprendizaje. Caer es parte del aprendizaje.
He descubierto que las alturas en realidad no son sólo las que están bien arriba, esas son confortables. Las alturas que temo son las que uno crea al tomar su camino y se encuentra con aires desconocidos, el vértigo es corriente, la respiración se hace difícil y el ahogo es frecuente.
Entonces vuelvo a ser el de bajo perfil, creo sentirme seguro así.
Como cuando niño vuelvo a inventar oficios con los que me mantenga ocupado y me alejen pensamientos clandestinos.
Y vuelvo a cantar las mismas canciones y a repetir lo dicho, aunque parezca un cuento de esos que ya no escribo, porque ya estoy grande para regresar a casa luego de haber salido o para seguir llorando por haber caído.
Tal vez pasaron veinte años y ni me di por enterado, es que sigo esperanzado en encontrar al tiempo y rescatar de sus garras las palabras omitidas.
Soy el mismo pero más distante, el mismo pero distinto al de antes.
Creo en lo de siempre, en lo esencial.
Sigo sin poder llorar, sigo sin poder dormir.
Estoy cansado de repetir las mismas cansadas palabras, los mismos contados secretos. Cansado de dejar escapar esos versos, esos ojos, esos besos.
Y si ahora me preguntan qué de nuevo —o de bueno— tengo, les respondo que nada, veinte años no son nada.