Entre las nuevas formas de hacer
literatura, para bien o para mal, en los últimos años el teléfono celular ha
ido desplazando a los clásicos bolígrafo y libreta. Hacer poesía en pleno siglo
XXI es así quizá uno de los mayores contrasentidos, puesto que uno lo termina
almacenando durante semanas o quizá meses en un minúsculo circuito integrado de
silicio intraducible para cualquier mortal, donde finalmente muchas veces y en distintas circunstancias termina perdiéndose.
Varios meses atrás, cerca de
un año ya, un viernes de otoño a la salida de mi trabajo nocturno transitando las calles del microcentro
capitalino “colaboré con los vagos de la Chaca”
-como le había relatado a mis compañeros de trabajo junto a quienes había regresado
en busca de su ayuda y que me prestaran algunos guaraníes para volver a casa-. Dicho en otras palabras, en una situación un poco confusa tuve un encuentro callejero poco amistoso donde me habían sustraído mi teléfono celular y mi
billetera con todos mis documentos.
Pese a todo estuve tranquilo, no
me preocupaba el hecho de que me hayan despojado de algo material así sea un
teléfono celular -hoy en día parte extensible de nuestras manos en muchos casos-,
estaba tranquilo porque había logrado evitar que se llevaran mi mochila, donde sí
tenía guardados documentos importantes, lo que sí me angustiaba era la cantidad
de escritos sueltos que tenía guardado en el aparato y nunca lo había respaldado
en otro formato, entre ellos unos versos con los que había estado satisfecho en
aquel momento y que pudieron haberse convertido en un poema.
Luego de un tiempo
y con la poca ayuda de mi poca memoria, afanosamente pude rescatar algunos de
esos versos e intentar reconstruir al menos en parte ese escrito. Ocho versos
que hoy comparto casi como trofeo, por haber podido ganar la batalla a todas
las peripecias y a una memoria cibernética y sobre todo por seguir en la
batalla y reafirmarme en mi intención de sacar en versos lo que tengo dentro.
Brotamos
como lágrimas
de nuestras pieles
bebimos de la noche
para callarnos
las
miradas
La oscuridad nos
esperaba
para sumergirnos en
su desierto
y matarnos extasiados inundados
de sed.