jueves, 26 de noviembre de 2009

Tres años (La batalla contra el tiempo)

«Triviales, alegres, soeces, intensos, difusos, torpemente esperanzados,
quebrados, engañosos y sombríos, tuvieron que transcurrir [tres] años
para alcanzar la noche de ayer, en que sorpresivamente…
volví [a soñarlos]…»
(Sergio Pitol – La Pantera)

Tres años es el tiempo que se prolongó la guerra más sangrienta de América en el siglo XX: la Guerra del Chaco. Entre 1932 y 1935, bolivianos y paraguayos pelearon más que nada contra la malaria y la sed. El resultado final fue de 55.000 bolivianos y 40.000 paraguayos muertos y una herida que aún no termina de cicatrizar.

Tres años es lo que duró la Guerra Civil Española, entre 1936 y 1939, finalizando con la victoria del bando nacional con Francisco Franco a la cabeza, quien a partir de ese momento, sumergiría a España en la más oscuras de las dictaduras de la historia.

"La Gran Via" de Antonio López García (Óleo sobre lienzo, 1981)
Tres años también, es el tiempo que tarda en dar frutos una planta de café.

Pero, tres años atrás, una aventura singular comenzó: catorce jóvenes hispanoamericanos se cruzaron en un mismo camino y comenzaron a escribir una historia que todavía no ha sido contada.

Extrañamente, empezaron escribiendo el desenlace de esa historia, de la que posteriormente se hicieron parte.

Tres años atrás, eternizaron sus risas, sus gritos, sus ideas, sus sueños, sus vidas…

Tres años han pasado de haberse enamorado de una ciudad y de que ésta les haya correspondido.

Tres años de haber visto a un Dios ciego en la terminal de metro, vendiendo boletos de lotería y regalando suerte.

Tres años de “Las Meninas”, “El jardín de las delicias”, “Las pinturas negras”, “El enigma sin fin” y “Guernica”.

Tres años también hace desde que me volví adicto a Internet, de que conozco las madrugadas de insomnio y sobre todo, de aprender a confiar más en los sueños y menos en la realidad.

Tres años desde que mi vida tomó un rumbo desconocido y descubrió —sola, mientras mi mente dormía— que el amor a las Letras era un amor verdadero y que la Literatura ya no sería mi amante, sino mi mujer…
"Las Meninas" de Diego Velázquez (Óleo sobre lienzo, 1656)

Tres años es el tiempo que dura el amor según una novela de Frédéric Beigbeder.

Pero esta no es una historia de amor, a pesar de que es amor es lo que hay en ella, esta es una historia de vida y de sueños, una historia que recién está siendo escrita y que ya pide a gritos ser contada.

Tres años, treinta y seis meses, mil noventa y cinco días, veintiséis mil doscientas ochenta horas, un millón quinientos setenta y seis mil minutos, interminables y eternos segundos, ese es el tiempo que ha transcurrido desde allí hasta aquí.

«El flujo atropellado de olvidos y recuerdos, que es el tiempo, anula la voluntad de fijar para siempre una sensación en la memoria», ha escrito al respecto nuestro amigo y mentor mexicano.

El tiempo ha pasado, y yo, inevitablemente, he comenzado a olvidar.

No porque eso quiera, sino porque eso es el tiempo, eso son los años y esa es la batalla nunca la guerra– que gana la distancia.

«Confío, sin embargo, en que algún día volverá la pantera».

viernes, 13 de noviembre de 2009

¡Estoy cansado de que me quieran follar! (O el mito de las banderas blancas)

«Hoy busco paz.
Por eso me estoy volviendo salvaje»
(Charlie Nutela – Salvaje)


Anoche soñé con Dalí. Me dijo algo así como «La única diferencia entre un loco y un hipócrita es que el loco no es hipócrita». No sé a qué venía todo eso. No sé si estaba soñando o sólo viendo la televisión y leyendo los diarios.

Últimamente los grandes medios de comunicación y las más poderosas empresas están muy preocupados por la paz en el país.

Sí, por la paz.

También por la seguridad. No por la mía específicamente, pero dicen que sí y por eso visten e invitan vestir inmaculadas cintas blancas en el pecho.


Es que, cuando alguien en quienes se sienten identificados es víctima de algo, son pacifistas.

Pero, si son ellos los que atacan, son patriotas.

Y si alguno de los otros es atacado -en quienes no se identifican- son trabajadores y no pueden perder el tiempo viéndolos.

Punto.

La única diferencia entre los pacifistas y las personas de paz es que los pacifistas lo son por un interés. La única diferencia entre un salvaje y un pacifista es que el salvaje se convirtió en salvaje luego de que éste lo agredió.

Yo sí quiero un país en donde vivamos en paz. Sueño con eso cada día a pesar de no tener el dinero para tener derecho a soñar con eso.

No uso una cinta blanca en el pecho porque estoy cansado de que me mientan.

Cientos de campesinos han muerto por las más diversas y penosas causas en los últimos años y nadie propuso usar una cinta en el pecho en solidaridad con ellos. Ni por nuestros nativos que viven agonizando, los mismos que en reclamo de lo que les pertenece ocupan una plaza cada dos o tres meses, la misma que ahora será enrejada para impedir que eso vuelva a ocurrir.

Cuanta incoherencia.

«Pelear por la paz, es lo mismo que follar por la castidad» decía una famosa frase, pronunciada no sé por quién.

¡Estoy cansado de que me quieran follar!

Yo no era salvaje antes, lo soy ahora. Y si tengo que tomarme a golpes con un hipócrita con ganas de follarme, lo voy a hacer, no en defensa de mi paz -ni de mi castidad- sino en memoria de los olvidados.
"Algo no enkaja" de Juan Kalvellido
Uno nunca sabe que es la paz después de todo -y mucho menos cuando el presidente de los Estados Unidos es el flamante Premio Nobel-, sólo que no es lo que nos quieren hacer creer que es. 

Hay veces que una bandera blanca simboliza la paz. Hay veces que una bandera blanca simboliza el fin de una guerra. Y hay veces que una bandera blanca es utilizada para esconder algo detrás.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Del Rey Lagarto y otras batallas

"Si las puertas de la percepción se despejaran,
el hombre vería las cosas como son en realidad,
infinitas"
(William Blake)


«Ojala que Jim Morrison nos ayude» solíamos decir tiempo atrás cuando nos veíamos en una situación complicada y los problemas o desafíos eran demasiado grandes como para que los enfrentáramos solos.


"Doors of the Night" de Vladimir Kush
Éramos todavía unos niños, teníamos a lo sumo 15 años. Habíamos dejado de creer en los dioses que todos creían. Habíamos dejado de ser lo que todos querían.

Creíamos más que en nadie, en nosotros y en nuestros ídolos mortales.

Creíamos en ellos porque era a ellos a quienes podíamos ver cada día.

Además de Jim, solíamos pedir ayuda a Bob, a John y algunos otros más. No nos respondían precisamente, pero se hacían escuchar a su manera. Después de todo, era eso lo que nosotros esperábamos de ellos.



Años más tarde, los fuimos olvidando, los fuimos dejando atrás. Nos fuimos olvidando nosotros de nosotros mismos.

Habíamos tomado nuestro camino.

Particularmente, ya no los llamaba cuando más los necesitaba como normalmente hace la gente con su respectivo Dios. Pero sin embargo, les rendía tributo siempre.

Con el tiempo me arrepentí de haber pateado tantas cruces. «Las hubiese ignorado» me dije. Pero claro, era tan sólo un niño, tenía a lo sumo… No sé cuántos años tenía realmente, sólo sé los años que no tenía, sólo sé los años que me faltaban para llegar hasta acá.

"El enigma sin fin" de Salvador Dalí (Óleo sobre lienzo, 1938)
Y ya que ahora estoy, ya que el tiempo es tiempo y los años no son más que eso, me vuelvo a preguntar.

Cuánto en mi vida se hubiese simplificado si lo aceptaba todo tal y como estaba estructurado desde un principio.

Dónde habría llegado, qué hubiese sido, cuánto más de lo que tengo tendría.

Cuánto más o cuánto menos feliz hubiese sido.

Cuánto de mí vida habré perdido por querer encontrar una respuesta diferente a todas y cada una de las preguntas que van apareciendo, o por esa terca costumbre de remar en contra de la corriente.

Pero no sé y no lo voy a saber.

Sé sólo que Jim Morrison no podrá ayudarme, sé que puedo pelear cada batalla con dignidad a pesar de caer vencido, sé que las cosas que quise las sigo queriendo, sé que la tristeza vence a la alegría pero no a la vida.

Sé que la vida no es eterna pero también sé que se siente bien creyéndola así y sé más que nada que lo que no puede ser eterno puede llegar a ser inmortal, como Jim, como Bob, como John.