jueves, 29 de octubre de 2009

El final del film

«Abre los brazos, mide tus pasos,
exprime tu voluntad […]
La trama lenta empieza a andar.
Sabrás lo bueno que es llegar al final del film.
Llegando juntos a la cima del trajín»
(Deliverans – El film)



Presencié un concierto de esos que sólo lo haré una vez en mi vida.

No uno en realidad, presencié varios de esos. Pude disfrutar cada momento, cerrar los ojos y sumergirme en los sonidos, bailar, saltar y gritar, porque sabía, muy en el fondo sabía, que en una hora o menos todo podría acabar.

Y cuando salía, me sentía agotado, desganado, temeroso de continuar la noche, me ahogaba un miedo que apenas me permitía hablar, un miedo a que ese estado de perfección se vaya alterar.

"Mouvement Circulaire AURI 15" de Enrique Careaga (Acrílico sobre tela, 2006)
Como cuando una película llega al final, sin importar si estos finales sean felices o tristes, se hace muy difícil no llorar, al escuchar la banda sonora y ver los créditos que anuncian que todo acaba, se hace difícil no llorar porque lentamente se está volviendo a la normalidad.

Ver una muestra de arte, percibir, sentir los colores. Ver un cuadro de Dalí, tenerlo frente a mí, temblar de un surrealista amor al arte. Ver un cuadro de Picasso y llorar emotivas lágrimas cubistas. Ver un cuadro de Velázquez. Ver un cuadro de Goya. Verme inmerso en ese universo y despertar de un grandioso y rabioso golpe al salir a la calle y respirar el aire cotidiano.

Contemplar una hermosa mujer, digna de portadas de revistas o pasarelas, durante toda una noche y no más que eso. Mirarla, estar impedido de acercarme y al menos guardar su voz en la memoria, porque está acompañada. Pero no desespero, no hasta que llega el momento en que se va y lo que queda es contemplar el lugar vacío que queda.

Como me sucedió al terminar de leer “Cien años de soledad”, era tan inmenso el lugar que el libro dejó que para reemplazarlo tuve que empezar a escribir; o cuando empecé a leer un libro de poemas de Borges, no podía dejarlo, tenía que continuar leyendo poema tras poema, estrofa tras estrofa, hasta que el cansancio me domine y los ojos se me nublaran.

Duele tener que cerrar un libro cuando acaba, quitar la vista del papel, de las letras y ser consciente de que se está volviendo a la realidad, a una realidad lejana a ese mundo ideal. Tal vez el intento por mantenerme en ese estado dure una hora, o un día como mucho, pero el vuelo tiene que aterrizar e inevitablemente esos momentos mágicos quedan atrás.

Me sucedió eso al volver de aquél frío Madrid. Una o dos noches después, confiaba que al despertar lo haría allí, no en mi ciudad. Me deprimía el estar de vuelta y todavía me tomó unos meses más volver a pisar tierra.

"El oro del azur" de Joan Miró (Acrílico sobre tela, 1967)
O por qué ir tan lejos, cada día tenemos sueños únicos y cada día llega la hora en que el sonido del despertador nos arrebata de esa magia y nos anuncia que la rutina empezó. Cómo ir a trabajar con una sonrisa si horas antes nos hallábamos en un templado y transparente mar de sueños.

Siento eso al ver la tranquilidad de un paisaje al amanecer, sé que en unos minutos no se verá igual porque el sol caerá por completo y los sonidos típicos de un día corriente se esparcirán.

O algo tan común en las noches del verano paraguayo: un corte de energía eléctrica. Que en esa profunda oscuridad te regala una preciosa noche estrellada. Llega el momento en que la energía vuelve y con ella la luz, y esa hermosa y triste selva se vuelve a convertir en un triste calco de ciudad.

Parecen ser tristes los finales, parecen serlo sólo porque algo muere. Pero estos finales son tan extrañamente felices, porque el fin en realidad no es el fin, es el principio de algo, de algo muy parecido a un nuevo film.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Mendicidad (I)

Ves a un niño subir al bus, lo escuchás gritar, cantar, te pide monedas pero no le das ninguna, no porque no aprecies el arte o no quieras dárselas, es que a vos también te hacen falta.
Ves a un niño subir al bus, hace algunos malabares y te pide monedas, cuando pasa a tu lado le mirás y le hacés el gesto de no tener nada.

Ves a un niño subir al bus y entregarte unas estampas con un mensaje impreso a color que dice «Soy pobre, necesito dinero para comprar ropas y alimentos». Cuando vuelve a pasar por tu lugar se las devolvés y le hacés una mueca dándole a entender que no tenés nada.
"Menino com estilingue" de Cândido Portinari (Óleo sobre lienzo, 1947)

Ves a un adolescente subir al bus, pronuncia un discurso perfectamente estudiado y ensayado. Te pide monedas. No lo mirás. Lo ignorás. Pensás en que oíste lo mismo en diferentes niños, adolescentes y adultos.

Pero ellos no fueron a la misma escuela que fuiste, ellos no aprendieron las mismas cosas, pocos aprendieron a leer o a escribir. Sus derechos no fueron reconocidos, fueron olvidados, pisoteados.
En las escuelas a las que no fueron se enseñó a tenerlos lástima, a mirarlos pero no a entenderlos, se enseñó a darles monedas pero no a ayudarlos, se enseñó a mantenerlos mendigos, a tenerlos miedo y a desconfiar de ellos.
No fueron a la misma escuela que fuiste, en cambio, en la escuela a la que fueron le enseñaron la mendicidad.
Ves a un joven subir al bus, su discurso te conmueve, te parece original. Es evidente que salió de una escuela distinta. Te ofrece un bolígrafo a cambio de un par de monedas, pensás en que de verdad te hace falta uno, pero dentro de todo, querés ayudarlo.
Ves a un adulto subir al bus, su discurso no te conmueve a pesar de parecer sincero, no creés en él porque recordás haberlo visto hace unas semanas diciendo lo mismo acerca de su pequeña hija y el accidente que tuvo el día anterior.
"Mendigo" de Maribel Mesa (Óleo sobre lienzo)
Es famoso en la ciudad aquel que recorre en silla de ruedas las calles céntricas con una lata pidiendo monedas. No hace falta que te diga nada, ya todos lo conocen y saben que ese es su trabajo.
Es conocida la historia del vago que se arrastra en las calles aduciendo problemas de motricidad, pide monedas y hay quienes se la dan, sobre todo aquellos que lo ven por primera vez, ya que quienes lo conocen aseguran haberlo visto correr más de una vez.
Leés a un famoso sociólogo, politólogo y periodista, explica el problema de la mendicidad, explica de una manera tan poco clara que lo volvés a leer, utiliza eufemismos (como "las personas en situación de calle") que te causan escalofríos. Terminás de leer pero no entendés. Terminás de leer, no entendés, pero de todas maneras creés en él.

Subís al bus, te disponés a pagar el boleto cuando te percatás de que no tenés dinero en los bolsillos, buscás exhaustivamente, en tu camisa, en tu mochila. No encontrás nada, nada de dinero, sólo un nuevo bolígrafo. Te tomás de la cabeza y recordás que gastaste las últimas monedas que tenías en comprártelo.

miércoles, 14 de octubre de 2009

El gobierno del Internet

"Algunos creen que el gobierno es como Internet y que apretás unas teclas y automáticamente se hacen las cosas” reflexionaba aquel popular cantautor en el improvisado pero agradable concierto nocturno.

Interesante metáfora socio-cibernética.

Mientras estas palabras son pronunciadas, imaginar es respirar. Pienso en si el gobierno fuese realmente así, si les sucederían las cosas que normalmente pasan en el mundo virtual.
Josefina Plá y José Laterza Parodi "La familia del obrero" (Mural, 1959)

Como que el internet/gobierno funcione, pero lento, probablemente a causa de la gran cantidad de virus que el aparato alberga, algunos de los cuales se instalaron durante el uso de un usuario anterior, otros se propagaron sin darte cuenta mientras vos lo usabas. Tal vez un poco tarde o tal vez no, te das cuenta que el antivirus por el que optaste no era el adecuado para el equipo y en él se propagaron con demasiada facilidad troyanos, malwares, gusanos, entre otros programas malintencionados. Con el tiempo aprendés, que los primeros son virus que se hacen pasar por archivos con un contenido específico y luego se desenmascaran (de ahí el nombre, claro); o los segundos, que ingresan como si fuesen programas pero al instalarlos te das cuenta de qué se trataban en realidad; o los terceros que se propagan como su nombre lo dice, como gusanos.


Exactamente igual a aquellas publicidades en las que te ofrecen servicio de internet prometiéndote maravillas, y vos, pecando de ingenuo les creés, y les comprás, para darte cuenta después, que con una velocidad de 1 mega no se pueden realizar todas las cosas que te prometieron. Pero ojo, en el contrato que firmaste decía claramente que no se aceptaban devoluciones, y además, en el número que te dieron para reclamos nunca te atienden, o porque está saturada la línea, o porque en realidad no se aceptaban reclamos.
Es que si en un determinado sistema no todos acompañan el proceso, las cosas definitivamente no funcionan.




O también cabe la posibilidad de que el internet/gobierno definitivamente sea lento porque esa era su capacidad.

René Magritte "El hijo del hombre" (Óleo sobre lienzo, 1964)
O que el internet/gobierno tenga una velocidad considerablemente buena, pero el aparato en donde tendría que ejecutarse no cumple los requisitos necesarios para que esto sea así. Si el disco duro de ese equipo tiene una capacidad pobre no sirve de nada tener dos o más memorias RAM. Si la placa madre es mala no sirve de nada tener un gran procesador. 

También puede pasar que al internet/gobierno no lo compraste vos, no creíste en la publicidad, no seleccionaste el servidor, no elegiste la velocidad, no firmaste el contrato, no negociaste, no instalaste, nada. Pero por razones que no vienen al caso definirlas, acostumbrás utilizarlo. Y hasta acostumbrás sentirte dueño de él, el soberano de la red de redes.

Entonces, como ciudadano del siglo XXI, no te queda otra que armarte de paciencia; porque una salida distinta no hay, más que la de todos los días: cerrar los ojos y suspirar, sentarte en el trono, encender el equipo, conectarte, loggearte y escribir tus lamentos en la web.

lunes, 5 de octubre de 2009

¿Letras? Mmm… ¡En serio te pregunto!

«Y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son»
(Calderón de la Barca - La vida es sueño)


        —¿Qué carrera estudiás? —escucho que alguien me pregunta.

        —Letras ¿por qué? —respondo.

        — Mmm… ¡En serio te pregunto!


Lo miro seriamente, qué más puedo hacer, quedarme callado, pensar.


Pensar en él más que en mí. Pensar en lo que piensa o le hicieron pensar. 


Pensar en lo que le hicieron creer.

—¿Y de qué vas a vivir? —continúa.

Del aire supongo. Del dinero que me gane trabajando, como vos. 


"El sueño" de Salvador Dalí (Óleo, 1937)
De mis sueños. Del amor que queda en el mundo. De los sueños, sobre todo de ellos.

Pero no les respondo, les miro como miraría un ciego a un mudo que lo está increpando. 


—¿Y por qué no estudias una carrera más rentable?


¿Y por qué no pensás en algo más que no sea el puto dinero? ­—me gustaría preguntar, pero entiendo sus razones, las entiendo porque siempre estuvieron a la vista de todo el mundo.


         —¿Eso tiene que ver con leyes? ¿O para qué es?


Respiro ¿Y ahora que hago? Reír. Muy en el fondo río a carcajadas. Por fuera me mantengo sereno.

Eso tiene que ver con la vida, tiene que ver con mis intenciones de ser un ser humano feliz en este mundo triste.

Caspar David Friedrich, "El caminante sobre el mar de nubes" (Óleo sobre tela, 1818)
Tiene que ver con mis intenciones de ser un ser humano. Tiene que ver con mis intenciones de ser.

Tiene que ver con nuestros sueños, porque es eso lo que hago finalmente, sueño.

        —¿Pero qué carrera estudiás en serio?

        —Sueñología —respondo cansado.