miércoles, 9 de diciembre de 2009

Uno, dos: ¡Ultraviolentos!

«Perdimos en la cancha pero ganamos afuera» nos había dicho una persona muy cercana al mundo de las barras bravas, haciendo referencia al partido paralelo que se juega cada clásico en el fútbol paraguayo.

Precisamente aquél había sido el partido de fútbol —o lo que pueda ser llamado así— más violento que haya visto en mi vida. Ya minutos antes del inicio se dio el primer incidente cuando uno de los jugadores fue herido en la cabeza con un objeto arrojado desde las graderías. Durante el desarrollo, el árbitro expulsó a tres jugadores de un equipo y a dos del otro, así como también a los entrenadores de ambos equipos. Y lógicamente, toda esa violencia se trasladó a las calles. Fue un domingo de fútbol, pero lo que menos hubo fue justamente fútbol.

"Hooligans 3" de Nicola Verlato (2002, Óleo sobre lienzo)
Un par de meses después, en el último clásico, la cosa no estuvo mejor. Dentro del estadio una tensa calma y fuera de él, lo que todos temían y en el fondo esperaban. El final fue trágico, se tuvo que lamentar la muerte de un hincha en las calles. Un joven de 21 años, quien en un enfrentamiento entre hinchas de ambos equipos que se produjo en pleno centro de la ciudad recibió un disparo en la cabeza y falleció luego de algunos minutos.

Tres días después, luego de otro partido de uno de los equipos tradicionales se produjo otro enfrentamiento entre hinchas de otro equipo que provenían de otro estadio. Se cruzaron en una de las avenidas más transitadas y la pelea comenzó.

El mismo día, pero fuera del país, otro tradicional equipo paraguayo estaba presente y la violencia también. En este caso la pelea la protagonizaron los propios jugadores y miembros del cuerpo técnico al final del partido.

Otro equipo, otro partido, otra pelea, la misma violencia.

«Su majestad el fútbol pone frente a frente…» a los hinchas del sector sur contra los del sector norte, diría un famoso relator cada domingo si los enfrentamientos fueran transmitidos por televisión.

Admito que eso está lejos de ser sensato, pero de ahí al silencio que los medios de comunicación hacen, de ahí a preferir disimular antes que apuntar y denunciar a los causantes de la violencia, de ahí a que los mismos promotores del fútbol sean los principales responsables del empobrecimiento de la cultura en el fútbol sí existe mucha sensatez.

Actualmente, la victoria o la derrota en la cancha termina siendo menos importante que el resultado que se dé en la pelea contra los adversarios.

Defender la camiseta dentro y fuera del estadio más que a la propia vida, es la consigna.

En no pocas ocasiones he compartido un viaje en bus cuando los barrabravas se trasladan a un estadio. Me mantengo quieto, frío, expectante al momento en que finalmente se bajen, me concentro principalmente en escuchar los cánticos, los quiero analizar pero son tan claros que sólo me queda escuchar e intentar aprenderlos de memoria. Algunos hablan de matar a un policía, de un rival y otros de casi lo mismo.

Todos poseen un lenguaje rebajado y degradante, sus alientos son básicamente insultos al rival y cuando los resultados no se dan, los insultos también van dirigidos a los jugadores y dirigentes de su propio equipo. La cosa es ganar o ganar, no existe la derrota, no han sido preparados para aceptarla.

Es como si el fútbol haya copiado lo más negativo de cada componente de la sociedad para combinarlo en el estadio.

Me dijeron que «el fútbol no escapa al contexto social que lo rodea». Evidentemente no, es un problema social como muchos otros que deben ser solucionados.

Los esfuerzos que hacen los dirigentes deportivos y las autoridades son insuficientes para que pueda ser solucionado. La supuesta ley “Por la no violencia en los estadios deportivos” es una gran leyenda.

No es algo nuevo, no es un problema que se da exclusivamente en el país, sino que es una constante en la región y aún así sigue presente.

La poca seguridad en los estadios se suma al mal accionar de los policías que muchas veces no tienen la capacidad para contener a los hinchas y los reprimen con brutalidad.

Y así se inicia el círculo que no acaba sino hasta la muerte de alguno.

Siempre que pienso en ellos pienso en los “Skinheads”, en los «Hooligans», y otras subculturas juveniles similares. Son diferentes a los barrabravas de hoy pero son iguales.

"Hooligans 4" de Nicola Verlato (2002, Óleo sobre lienzo)
Hace un tiempo atrás tuve una de las experiencias más raras e interesantes en mi vida, cuando estuve, circunstancialmente, en una celebración de cumpleaños algo atípica. En ella estaban presentes barrabravas de los dos equipos de fútbol más importantes del país, la mayoría con el escudo de su equipo tatuado en el brazo. Lo extraño era la manera en que podían compartir una ronda de tragos en forma amistosa, entre bromas y (pésima) música de fondo. No había golpes, ni insultos, ni amenazas, la fiesta fue acabando y más de un abrazo entre ellos pude ver.

Lejos está esa noche de estos días. Pero algo cambió a partir de ahí, dejé de tenerles miedo. Entendí que esa es su vida, que son felices así, que el exceso de alcohol y drogas es su forma de olvidar lo que tal vez pudieron ser, que su pasión por la violencia no se justifica pero lo sufren incluso ellos mismos.

3 comentarios:

  1. ME ALEGRA VER ALGUIEN TAN JOVEN PREOCUPADO ASI.
    JAJAJA
    lo digo como si fuera vieja verdad?

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  2. Amigo caminante: Muchas gracias, el sombrero guárdelo para poder seguir caminando bajo el sol.

    Abriles: Jaja! Y eso que me suelo sentir viejo, tan joven y tan viejo como diría alguien por ahí. Gracias por la visita y el comentario!

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