El cuento empieza al
anochecer de un viernes caluroso de noviembre, cuando nuestro personaje surca la
avenida Carlos Antonio López en su DeLorean
plateado a unos 140 km/h. El ave rapaz traspasa la barrera del tiempo y el
espacio y desaparece en una nube de partículas.
La historia prosigue unos
diez años atrás –año 2014, según muestra el tablero del vehículo- donde reaparece
luego de un gran destello azul. El automóvil se detiene en una ciudad descolorida
y desierta. Ya son las 9:00 AM pero el sol apenas se asoma.
Luego de deambular
durante unas horas se cruza con el primer poblador, que camina sombrío y con
prisa. Aquí es donde Kavure’i comienza su misión.
En esa ciudad ya no habían
lectores, ni libros, ni escritores. Todas las palabras tenían dueño y no podían
ser utilizadas, la policía de las palabras se encargaba de perseguir y encerrar
en prisión a quienes osaban hacer uso de cualquiera de ellas. En esa ciudad
tampoco había lápices ni tinta, mucho menos papeles.
Incluso así, muchos de
sus habitantes decían estar orgullosos ya que finalmente habían acabado con la
pobreza, todos los que alguna vez lo fueron habían muerto atorados por una
palabra no dicha. Y los grandes propietarios querían ser más poderosos y se
disputaban las palabras en sangrientas guerras silenciosas, alzando banderas y
separándose entre más ricos y menos ricos.
Kavure’i se sentía
atacado y huía de todos, existía la creencia de que solo una de sus plumas te
daba fortuna y el don de la invención de nuevas palabras. Nuestro personaje
protegía su kavure’i ragüe, puesto
que de eso dependía el éxito de su misión.
Aquí es donde aparece
nuestra antagonista, poseedora de cientos de hectáreas de palabras, ávida de
todavía más. La apalabrada señora codiciaba la pluma del ave nocturna, deseaba exhibirla
junto a la flor violeta que acostumbraba adornar su cabeza.
En eso, la mujer intenta
persuadir a nuestro viajero del tiempo empleando toda su artillería de
palabras. A Kavure’i se le dificulta la respiración, se siente mareado y cada
vez se desplaza más lento. En un momento de descuido, le arrancan el plumaje y
nuestro personaje parece haber perdido la batalla.
Pero Kavure’i sonríe en
la oscuridad. Sabe que la pluma que le fue arrancada no es auténtica –es de
gua’u, como solía decir-. La señora cree disfrutar de su fortuna y en ese
menester descuida sus propiedades y nuestro personaje logra liberar a las
palabras. Entonces estas se aglutinan, hacen fuerza, se rebelan. Esa misma madrugada
rodean la mansión de la mujer y la intiman a rendirse y así evitar
derramamiento de sangre.
Aquí es donde llega el
final de la historia, pero este desenlace supera las barreras del tiempo y el
espacio y aún no ha sido escrito. Kavure’i sigue surcando la noche, y las
palabras, de momento, continúan flotando revueltas en el aire cálido del
presente.
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