jueves, 5 de junio de 2014

Kavure’i, el patriota

El cuento empieza al anochecer de un viernes caluroso de noviembre, cuando nuestro personaje surca la avenida Carlos Antonio López en su DeLorean plateado a unos 140 km/h. El ave rapaz traspasa la barrera del tiempo y el espacio y desaparece en una nube de partículas.
La historia prosigue unos diez años atrás –año 2014, según muestra el tablero del vehículo- donde reaparece luego de un gran destello azul. El automóvil se detiene en una ciudad descolorida y desierta. Ya son las 9:00 AM pero el sol apenas se asoma.
Luego de deambular durante unas horas se cruza con el primer poblador, que camina sombrío y con prisa. Aquí es donde Kavure’i comienza su misión.
En esa ciudad ya no habían lectores, ni libros, ni escritores. Todas las palabras tenían dueño y no podían ser utilizadas, la policía de las palabras se encargaba de perseguir y encerrar en prisión a quienes osaban hacer uso de cualquiera de ellas. En esa ciudad tampoco había lápices ni tinta, mucho menos papeles.
Incluso así, muchos de sus habitantes decían estar orgullosos ya que finalmente habían acabado con la pobreza, todos los que alguna vez lo fueron habían muerto atorados por una palabra no dicha. Y los grandes propietarios querían ser más poderosos y se disputaban las palabras en sangrientas guerras silenciosas, alzando banderas y separándose entre más ricos y menos ricos.
Kavure’i se sentía atacado y huía de todos, existía la creencia de que solo una de sus plumas te daba fortuna y el don de la invención de nuevas palabras. Nuestro personaje protegía su kavure’i ragüe, puesto que de eso dependía el éxito de su misión.
Aquí es donde aparece nuestra antagonista, poseedora de cientos de hectáreas de palabras, ávida de todavía más. La apalabrada señora codiciaba la pluma del ave nocturna, deseaba exhibirla junto a la flor violeta que acostumbraba adornar su cabeza.
En eso, la mujer intenta persuadir a nuestro viajero del tiempo empleando toda su artillería de palabras. A Kavure’i se le dificulta la respiración, se siente mareado y cada vez se desplaza más lento. En un momento de descuido, le arrancan el plumaje y nuestro personaje parece haber perdido la batalla.
Pero Kavure’i sonríe en la oscuridad. Sabe que la pluma que le fue arrancada no es auténtica –es de gua’u, como solía decir-. La señora cree disfrutar de su fortuna y en ese menester descuida sus propiedades y nuestro personaje logra liberar a las palabras. Entonces estas se aglutinan, hacen fuerza, se rebelan. Esa misma madrugada rodean la mansión de la mujer y la intiman a rendirse y así evitar derramamiento de sangre. 
Aquí es donde llega el final de la historia, pero este desenlace supera las barreras del tiempo y el espacio y aún no ha sido escrito. Kavure’i sigue surcando la noche, y las palabras, de momento, continúan flotando revueltas en el aire cálido del presente.

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